Escrito para participar en el Concurso de Cuentos del Banco Santiago
– Abuelito, abuelito -gritaba uno de los niños- ¿por qué te ríes?
El viejo rió aún más…
– Ya es tarde, pero si quieres te explico antes de irte a la cama.
– ¡Ya! -gritó contento el pequeño.
Ese sillón en el living era el regalón del viejo… era de esos ´que ya no se hacen´ y lo había acompañado casi toda su vida. Ahí habían saltado sus jóvenes pies… ahí tomó más de una cerveza viendo una película en su juventud… en ese sillón regaloneaba cada noche con su esposa antes de que ella partiera… y ahora era el lugar perfecto para reposar su cansado cuerpo.
– Lo que pasa es que…
Y el abuelo comenzó a explicar:
» …yo desde jovencito aprendí a reírme, pero no a reír por tonteras, más bien me refiero a una actitud ante la vida… yo siempre he dicho que si la vida no te sonríe, tú tienes que sonreírle a la vida… pero a veces eso tenía sus costos: de repente estaba tan triste, pero mi actitud me impedía llorar, o por lo menos no mucho. Podía tener el corazón destrozado pero yo aún así reía…»
En esa casa sucedieron tantas cosas: ahí había reído y llorado… ahí compartió una y mil veces con sus amigos, esos que aún están a su lado… ese lugar fue un templo de la música… fue ahí donde vivió sus más grandes historias de amor… eran tantos recuerdos juntos.
«…yo siempre trataba de traspasar esa actitud, pensaba que era buena… todavía recuerdo uno de mis mayores dolores: fue cuando mi mejor amiga se enfermó… lloré a mares, pero traté de traspasarle mi alegría, y creo que funcionó… te lo digo porque un día ella me dijo: ´Gracias, me enseñaste a reír, me enseñaste a vivir´ …eso debe haber sido una de las cosas más hermosas que mis oídos han escuchado y que mi alma ha sentido…»
Al contar todo esto a su nieto, el corazón del viejo se llenaba de emociones al recordar. Tantos momentos reunidos por un factor común: la risa.
» …¿sabes?… quizás mi cuerpo no funcione como antes, pero hay dos cosas que no han cambiado nada: mi corazón y mi sonrisa… y no soy solo yo, si quieres puedes preguntarle a cualquiera de mis amigos cuando vengan como cada viernes… era una actitud que casi todos teníamos… éramos payasos, de esos que ríen aunque el alma llore, y aunque duela, a la larga es mejor… mira, no me acuerdo del poema completo, pero siempre recuerdo el final: ´el carnaval del mundo engaña tanto que las vidas son breves mascaradas; aquí aprendemos a reír con llantos y también a llorar con carcajadas´… ¿viste?, eso no se me ha olvidado… suena un poco triste pero no lo es tanto: cuando aprendas a reír me vas a entender…»
Ya casi nada era igual… la ciudad era mucho más gris que antes… ya muchos de los que habían compartido la vida del viejo no existían… pero el dolor de las ausencias no podía apagar la risa de las presencias… de todos modos los que no estaban no quisieran ver al viejo triste, por el contrario: hubiesen querido verlo reír.
«…ahora que he vivido tanto y miro atrás, te puedo decir que es bueno, ojalá puedas aprender… si tratamos de difundir esta costumbre de reír, tal vez podamos mejorar el mundo aunque sea un poquito… si quieres podemos conversar todos los días para que trates de aprender, quizás así…………..»
El sueño venció al anciano cuerpo. Su cabeza se apoyaba en el respaldo del sillón y en su cara esbozaba una enorme sonrisa. El viejo era feliz.
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