Uno llega a detenerse en el tiempo, echa un vistazo al costado izquierdo, al derecho, y comienza a hacer una especie de inventario de las cosas que pasaron, y saca las conclusiones de lo bueno y de lo malo… y yo llegué a concluir un día de tantos, en una locura, que no había nada mejor en este mundo que los niños y no había nada peor que la costumbre, pero los acostumbramos. Vamos haciendo que se parescan a nosotros. «Tiene que ser igual a su papá» dice la abuelita, como si el papá fuese la gran cosa. Y les heredamos todo, les heredamos nuestros vicios, nuestros complejos, nuestras culpas, nuestra religión, nuestro partido político y hasta nuestro quipo de futbol… para que se paresca al papá. Y luego cuando cumplen 7 años, dice la mamá «el niño se está poniendo como pesado, está como envidioso, rencoroso» y es cuando empiezan a dar los primeros síntomas.
Luego el muchacho crece, va a un bar, ve a una mujer, ella lo ve, se enamoran y tocan el cielo, el paraíso, por unos cuantos meses… hasta que por costumbre, toman la decisión acostumbrada: Se visten como de costumbre, invitan a los de costumbre, van al lugar de costumbre, se ponen enfrente de un tipo que los ve aburridamente acostumbrados a lo mismo de siempre, y les lanza a quemarropa la que sin dudas es la frase más lapidaria que se haya inventado en cualquier idioma: «los declaro marido y mujer hasta que la muerte los separe».
Ella se asuta un poco porque dice «bueno, entonces me puedo poner un poquito gordita de todos modos a éste lo tengo hasta que la muerte nos separe». El otro va por ahí, se vuelve un poco loco porque dice «a la gorda la tengode todos modos hasta que la muerte nos separe».
Y luego se vuelve más adulto, y se acostumbra a ser adulto. Y entonces se refugia en las noticias. Le agarra una cosa terrible con las noticias. Se para en la mañana y lee el periódico completo. Llega en la noche cansado del trabajo y prende el noticiero porque siempre es bueno saber que hay alguien que está más jodido que uno.
Y el tipo está ahí pendiente, hasta que de repente uno se da cuenta, se para en el camino y dice «¿Será que vivo esta vida porque me gusta, porque me la paso bien… o por costumbre?»
Ricardo Arjona, Viña 1999
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